Y así de la
nada, cuando uno no deja de soñar, las oportunidades simplemente aparecen. Para
cerrar el año con algo bueno, me ofrecieron un viaje; en medio de un brote de
mi enfermedad, me dieron la oportunidad de viajar a Ciudad del Cabo, Sudáfrica,
a un curso de dos semanas (con ciertas condiciones obviamente, pero yo siempre
dispuesta, obvio! Quien no quiere conocer otro continente?).
Los dolores
habían aumentado en un 100%, recién diagnosticada con LUPUS, decidí que
simplemente ninguna enfermedad me iba a quitar lo que más me gusta en el
planeta; descubrir nuevas culturas. Me organizaron el viaje de tal modo que
tuve que, prácticamente cruzar sudamérica para cambiar de continente; La
Paz-Lima-Sao Paulo-Johannesburgo-Ciudad del Cabo y retorno igual. Aunque
realmente a mí no me importa mucho pasar más o menos horas en un avión, el
dolor hacía que el viaje sea realmente frustrante.
De La Paz a Lima
me la pasé en el baño del avión, apenas tuve el valor de volver a mi asiento
para el despegue y aterrizaje. Hacia Sao Paulo, dormí casi las cinco horas de
vuelo, desperté mejor pero el dolor jamás se iba; entre lágrimas y llena de
frustración llamé a mamá; ella era la única que podía hacerme sentir mejor.
Estaba claro que tenía dos opciones, la primera, resistir, ser fuerte y
terminar lo que había comenzado, visitar Sudáfrica como lo había planeado y
pasarla increíblemente bien o la segunda, dejarme ganar por la frustración y el
dolor y cambiar el vuelo de retorno para volver a casa. Debo admitir que estuve
tentada de hacer lo segundo, pero sentí que viviría arrepentida el resto de mi
vida. Así que continué y pasé 16 estupendos- dolorosos días en Ciudad del Cabo.
Después de al
menos ocho horas de sueño en mi cuarto del hotel, desperté con mucha hambre,
tenía que comer, no tenía el valor suficiente para salir a descubrir un nuevo
lugar. La pesadez y el dolor que sentía en mi cuerpo, me limitaron a quedarme
en el bar del hotel a comer algo así como waffles con helado.
Al día
siguiente, cuando yo estaba esperando el taxi que me llevaría a un centro
comercial a pasear, un grupo de nórdicos me secuestró para llevarme a uno de
los lugares más bonitos y emblemáticos de ciudad del Cabo, “the Table
mountain”. La vista es increíble, se siente un aire diferente que llena el alma
y el solo hecho de estar rodeada de gente buena onda en un continente distinto,
hace que el alma revitalice.
Los días
transcurrían y yo había conocido gente increíble de todas partes del mundo, mi
compañera de cuarto, una chica nepalés que cuidaba de mi como si hubiésemos
sido amigas por siempre y Nela la uruguaya, que me entendió desde la primera
vez que platicamos. Nqobizitha un chico de Zimbabue que estuvo pendiente de mi todas
las mañanas del curso. Éramos un lindo equipo. El día de la inauguración del
curso, los organizadores del evento habían planeado un “amazing race” visitamos
Cape of good Hope, o “la puntita del continente”; la mejor forma de renovar
aires, cata de vinos, baile, karaoke y un paseo en camello son sólo algunas de
las cosas que hicimos ese día.
Pasaron
los días y los fui conociendo mejor, corazones cálidos de todas partes del
mundo. Un resumen del gran trabajo hecho por mis amigos:
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