Fethiye es literalmente un
paraíso. El clima es muy caliente comparado a lo que estoy acostumbrada, por lo
general llegábamos a 42°C y la sensación térmica aún más.
Las primeras dos noches nos
quedamos con un anfitrión que amablemente aceptó hospedarnos a último minuto;
el plan de trabajar a cambio de hospedaje seguía en pie hasta que hablamos con
el dueño del hostal y juzgó hasta nuestra forma de vestir. La oportunidad no
era mala, pasar una semana en un bote lleno de turistas divirtiéndose y luego
volver al hostal y trabajar en el bar o en recepción, pero definitivamente
supimos que nuestra relación con el dueño no iba a ser para nada buena así que
decidimos no trabajar.
Encontramos otro anfitrión quien
nos dejó quedarnos en su casa durante aproximadamente tres semanas y además,
durante este tiempo, nos presentó a sus mejores amigos y nos llevó a pasear y
dedicó bastante de su tiempo, en nosotras.
Conocí Oludeniz, uno de los
lugares más hermosos que he podido visitar en mi vida y a pesar de que no sé
nadar, disfruté cada segundo en la playa, hasta que me fracturé un dedo del
pie. El tiempo de probar cosas nuevas no había terminado aún; entre comidas,
paseos y aventuras fueron tres semanas increíbles, playa, sol, amigos y helado.
No tenía claro cuál iba a ser el
siguiente destino, tenía muchas ganas de quedarme pero también de continuar; el
plan? Acampar!
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